Ed Sulliband


jueves, 23 de julio de 2009

El árbol de las almas. IV.

El árbol de las almas.

IV

En los días siguientes a la expedición de los difuntos hombres, cuando las esperanzas de su regreso ya habían perecido, se decidió poner un puesto de vigilancia en el claro del bosque para que nadie más se acerque a aquel árbol. Los primeros responsables de la guardia tuvieron que ser obligados a cumplirla, ya que existía tanto miedo de acercarse a aquel lugar que nadie quería cumplir esa función.

El paso de los años fue consumiendo la cordura de August, los hechos que había presenciado fueron suficientes como para enloquecerlo, y un día abandonó el pueblo y nunca más se lo vio por allí. Para aquel entonces, Ériga ya era una joven hermosa y que podía valerse por sí misma, sin embargo seguía sin hablar con el resto de la gente. Siempre llevaba un aspecto desalineado y el cabello alborotado. Pero los años, al igual que los demás habitantes del pueblo, también se olvidaron de ella, y nunca más se la vio por allí.

Así pasaron los años, y con el tiempo, como la gente vio que el árbol no hacía daño a los que simplemente custodiaban el lugar, los siguientes guardias fueron voluntarios. Sin embargo, las historias terroríficas del árbol seguían pasando de boca en boca y los hechos funestos de aquellos años pasados fueron conocidos por todos en el pueblo y en las ciudades vecinas.

Los años se convirtieron en décadas, y el árbol pasó a convertirse en un símbolo de aquel pueblo lindante con el bosque. Hasta tal punto que los testamentos de los muertos pedían que sus restos fueran dejados al pie del árbol para que sean absorbidos por éste. Y así resultaba, su magia nunca moría y, cuando no eran los fallecidos quienes pasaban a formar parte de su corteza, eran los imbéciles que sin prestar atención a las advertencias se acercaban demasiado y eran consumidos por su madera; o los rebeldes y autoproclamados aventureros, no menos incautos que los anteriores, también terminaban con el mismo destino. Muchos rumores se habían corrido de que al tocar el árbol la alegría que se sentía era incomparable con cualquier otro momento de la existencia de un ser vivo, y eso los acercaba a aquel lugar.

Así pasaron las generaciones, y la historia del árbol siguió formando parte del folclore de aquel pueblo. Ya pocos le temían, y hasta se levantaban algunos campamentos en aquel claro, por no mencionar las pocas cabañas que se habían construido para que vivieran los guardias y sus familias. Aunque también estaban los precavidos que decían que no era nada bueno confiarse de esa manera, ese árbol era obra de algún demonio y nunca había sido, ni jamás sería nada bueno.

Lo cierto es que la gente seguía acercándose al árbol, y cuando alguno lo tocaba sin querer o queriendo, éste lo absorbía sin dar oportunidad a ninguna pelea. Los escorpiones no volvieron a aparecer, porque nunca nadie más se atrevió a mostrar amenaza alguna hacia el árbol. Desde su descubrimiento, la vida en aquel pequeño pueblo cambió por completo, la gente de todos los rincones del mundo se acercaban para ver su magnanimidad, la belleza de sus flores y, por qué no, para comprobar lo que decían las leyendas. De esa forma las flores en su copa seguían creciendo, del más hermoso de los celestes y rosas, y sus ramas seguían extendiéndose, seguían elevándose, sin importar la estación del año, no existía otoño que pudiese con su crecimiento, ninguna hoja caía de sus ramas y siempre conservaban su esmerilado color. Ni el más fuerte de los vientos lo hacía doblegar. No, nada de eso sería lo que acabe con aquella maldición.

Así fue durante casi dos centurias, hasta que un atardecer, cuando el sol del primer día de la primavera se ocultaba en el firmamento y las flores de los campos comenzaban a nacer, una anciana un tanto extraña y solitaria llegó al pueblo. En su mano llevaba una pequeña antorcha con la que alumbró los rincones del bosque en el que se internó totalmente decidida. Mantuvo los ojos bien abiertos, con el brillo del fuego reflejándose en sus pupilas. Caminó a paso firme, sin prestar atención a las miradas recelosas de quienes la veían pasar, estaba decidida a acabar con la maldición que había causado tanto daño.

Continuará...

2 comentarios:

Neogeminis Mónica Frau dijo...

mmmmmmmmmm...quién será esa anciana y a qué vendrá!!!...me huele a venganza!!!! jejeje...ojalá triunfen "los buenos"!!!
Te agradezco por tu visita y tu amable comentario. De paso te digo que hoy publiqué la segunda parte del relato y mañana será el final. espero que te guste el desenlace.

un abrazo!


p.d


y sí, disfruto muchísimo al escribir estas historias.

vangelisa dijo...

vaya!!!!!intriga!!!!me gusta!!!
un beso