Ed Sulliband


lunes, 13 de julio de 2009

El árbol de las almas. II


El árbol de las almas.

Parte II.

Una brisa sopló en el bosque, y el sol que descendía coronó a los árboles con su ígneo fulgor antes de darle paso a la noche. El cielo iba tomando un tono violáceo con mezcla de rosado, mientras que las primeras estrellas aparecían en el firmamento. Pasaron unos cuantos minutos en los que pareció que el tiempo sólo se ocupaba en atardecer al día, pero fue en la cima de la noche cuando se oyó un crujido de uno de los arbustos y el filo de un machete cortó una firme enredadera.

¡Te digo que es por aquí! ―la voz de una niña parecía rogar por un poco de crédito―. ¡Allí, allí es!

Un hombre robusto se abrió paso entre los arbustos y observó asombrado al árbol que seguía firme en su lugar. Ériga apareció tras el hombre, acompañada por una mujer de aspecto frágil y otro hombre que parecía estar muy preocupado.

Aquí fue, papá ―explicó la niña―. Este es el árbol que se llevó a Gid.

Unas lágrimas secas manchaban sus rosadas mejillas. Su anteriormente inmaculado vestido blanco ahora presentaba algunas rasgaduras y firmes manchas de tierra seca. En sus pequeños brazos tenía algunos raspones y lastimaduras producidas seguramente por la espesura del bosque.

No puede ser, hija ―sentenció el hombre blandiendo el machete, pero lo cierto era que a él también le parecía que ese árbol tenía algo muy extraño―. Gid debe estar escondido por aquí, te debe haber hecho una broma.

¡Gid! ―gritó el otro hombre llamando a su hijo.

Cálmate, August, lo encontraremos ―lo trató de calmar la mujer mientras agudizaba su mirada en la profunda oscuridad del bosque.

Algunas lechuzas pulularon y todos comenzaron a buscar al niño por los alrededores del claro, sin escuchar las explicaciones de la niña, ni sus advertencias.

Lo más probable es que ya haya vuelto al pueblo ―repuso la mujer acercándose al árbol y pasando por arriba de una de las grandes flores del suelo.

Mamá, no te acerques mucho, es muy peligroso ―le rogó Ériga.

Basta ya, hija ―la recriminó su padre mientras buscaba por los límites del claro―, es sólo un árbol. No ayudas en nada con tus historias.

Mamá, por favor, no toques ese tronco ―le rogó la niña nuevamente, ignorando las palabras de su padre y dejando escapar unas lágrimas de sus ojos mientras veía que su madre se acercaba cada vez más al árbol.

¡Basta, Ériga! ―le gritó ella―. ¡No me pasará nada!

Pero eso mismo le había dicho Gid, y ya era demasiado tarde como para hacérselo saber a su madre. Una de sus manos se apoyó sobre la corteza del árbol e inmediatamente su pecho se hinchó de alegría. Una sonrisa se dibujó en su rostro y la hermosa sensación la hizo posar la otra mano también en la mágica madera.

¡No, mamá! ―chilló la niña y se lanzó sobre ella.

Llorando tironeó de su ropa para despegarla pero ya no podría hacer nada. La felicidad de la mujer fue en aumento y cada vez se fue pegando más a aquel árbol que nunca la dejaría ir. Su marido vio esta escena y supo que algo andaba muy mal, la piel de su esposa se fue tornando del color de la corteza, él enarboló su machete y se lanzó sobre el árbol para golpearlo. Lo que sucedió fue muy rápido.

August tomó a la niña y la apartó del lugar, protegiéndola con sus brazos justo en el momento en que una veintena de escorpiones del tamaño de pequeños perros salían de entre las ramas de la enorme copa. El padre de la niña no notó esto y siguió golpeando el tronco frenéticamente con el machete tratando de salvar a su esposa que ya casi había sido absorbida por completo por el árbol. Los escorpiones clavaron sus aguijones en el aterrado hombre que dejó caer el arma al instante. Ériga gritó desesperádamente y August no podía dar crédito a lo que sus ojos veían, aferró con fuer­za a la niña y se quedó paralizado viendo la terrible escena. Los paranormales artrópodos cubrieron por completo el cuerpo del padre de la niña y lo arrastraron hasta el árbol que lo absorbió en pocos segundos, luego se retiraron nuevamente al interior de la frondosa copa en donde crecieron dos nuevas flores, una rosa y una celeste. Una brisa sopló trayendo una calma y un silencio sepulcral.

Continuará...

2 comentarios:

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Dios!!...qué feo se pone esto!!!...espero que el final no nos deje tan tristes! jejeje

Un abrazo!

Anónimo dijo...

pues tardas en escribir, pero cuando lo haces me dejas atónita!!ya veremos que pasa con el dichoso árbol!!!
un beso