Ed Sulliband


jueves, 4 de diciembre de 2008

La cuarta noche (un final feliz)

―Te amo. Nunca te voy a faltar.

Esas eran palabras que salían de su boca con el mismo amor con el que vivía por y para ella. Eran ciertas, sin dudas.

―Te amo. Nunca te voy a faltar era tan distinto cuando esas palabras salían de su boca y sabía que nunca llegarían a su corazón. Tan distinto cuando él decía esas palabras para excusarse de algo que no tenía porque excusarse.

―Te amo. Nunca te voy a faltar.

Finalmente esas palabras se convirtieron en algo absurdo, algo devastador, algo fatal, se convirtieron en una costumbre. Se volvieron rutina, como cada uno de sus actos, como su sexo, como su amor, como su odio.

Ella lloraba cada día más, y por motivos cada vez más ilógicos... ilógicos para él. Él ya no lloraba, sus ojos ya estaban secos, todas sus lágrimas estaban perdidas en la inmensidad del océano, mientras que su fe moría bajo tierra, asfixiada, apabullada, desesperanzada, triste.

Las alarmas comenzaron a sonar. Aún no llegaba su otoño, el verano seguía siendo cálido para ellos, pero las alarmas sonaban. Aún se podían contar algunas pocas estrellas en el cielo, porque aún brillaban, no porque ellos se preocupen en buscarlas. Las alarmas sonaban, aturdían. Aturdieron.

El tiempo pasaba. Ella lloraba, lo necesitaba ¿Lo necesitaba? Se amaban, seguro que se amaban. Ella lo reclamaba. Él no estaba. El tiempo pasó.

―Te amo. Nunca te voy a faltar.

Esas palabras se fueron olvidando, fueron arrastradas por los relojes, y convirtiéndose en un mero recuerdo, se quedaron en labios ajenos. Ya ni siquiera eran una costumbre. Se volvieron la nostálgica canción de un trovador que ya nadie quería escuchar.

La primera noche se acostaron. Sus cuerpos, aún tibios, estaban uno al lado del otro. Se miraron como antes, sus ojos transmitían amor, como lo hicieron sus caricias durante tantos años, como lo hacían esa noche. Se fundieron en un sólo sentimiento. Sus besos sabían distinto ya, ambos lo notaban. Sus cuerpos aún guardaban las formas con la que cada uno lo había moldeado al otro. Sus corazones latieron como antes. Se amaron, se desearon, se tuvieron. Los dos sabían que esa era una despedida, que sus bocas nunca más se sonreirían; que sus labios nunca más se besarían; que sus brazos ya no se abrazarían; que sus ojos jamás se volverían a mirar con esa pasión, jamás se volverían a sentir con ese amor; que su piel nunca más volvería a rozarse; que sus manos nunca más volverían a sujetarse. Se despidieron como se lo merecían. Él no quiso saber sus últimas palabras, las rechazó, le negó a ella la oportunidad de recuperar el amor que se ahogaba en lo más profundo del río.

La segunda noche él se exorcizó de su dolor. Se despidió de ella, sin estar a su lado. Cuando la música arrasaba la ciudad como un maremoto. Cuando las musas incendiaban su corazón. Cuando caminó solo por el mismo sendero que antaño lo había recorrido con ella, sujetados de la mano, sonriendo, siendo felices juntos, sin escuchar el tremendo ruido de las alarmas. Cuando el vaso calló de su mano y volcó su contenido, sin que nadie le preste del suyo. Cuando una melancólica lluvia caía sobre la tierra ya mojada, y disimulaba las lágrimas que rodaban por sus mejillas, unas lágrimas que hacía mucho que no desprendía. Miro al cielo, sonrió mientras lloraba, la despidió para siempre en la vorágine de luces. Esta era su manera de decirle adiós, una manera que ella nunca sabría, un adiós que ella nunca recibiría.

La tercera noche escribió un poema, pero nunca nadie lo leería, porque nadie le encontraría el sentido que tiene para él; porque nadie sentiría en aquellas palabras su tristeza, su decepción; porque no había forma de expresar los años de amor que habían vivido, y que terminaban como si nada. Ni siquiera él lo leería, porque de hacerlo, sus lágrimas serían insostenibles, su tristeza lo obligaría a lamentarse hasta el fin de sus días.

Una bifurcación finalmente separó sus caminos. Él se fue mirando los árboles crecer, disfrutando de la paz del bosque. Ella sonrió de cara al sol.

―Adiós se dijeron sin mirarse nunca más.

―Te amo pensaron ambos, cada uno por su camino.





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Este fue mi último aporte para este espacio. Abandono el cuerpo y la mente de este desgraciado joven, abandono su vida y lo dejo libre de mi tortura.
Amor, es lo único que vale la pena, quien lo tiene podrá ser feliz, quien lo pierda conocerá lo que es el verdadero dolor, como me sucedió a mi cuando estaba con vida.
No se nieguen al amor. Nunca...
Adiós.

Sir Alrac III

7 comentarios:

Gastón dijo...

Simplemente mu pero muy bueno! Creoq ue no tener nada para ojetar es el mejor homenaje a esta hermosa historia. Que difícil es estar en una situación así...

Armorius dijo...

Me trajiste tristes recuerdos, pero me gustó leerte. Un abrazo.

ade dijo...

- Hubo un tiempo en que trate de convencerme que el amor era solo un invento, ahora en este tiempo comprobe tristemente que el amor si existe y que no podemos vivir sin el, yo no puedo, pero tendré que acostumbrarme. Muchos de nosotros estamos demasiado cargados de cosas, que no nos dejan ver ni las estrellas ni los caminos con sol. Escribís tan lindo!!!! Un abrazo. Ade

Fran dijo...

Muchas veces tomamos decisiones como éstas. Es tanto el cariño que se le tiene al otro, que se le desea lo mejor aunque uno no mantega o tenga una relación con ese "alguien".

Me gustó muchisimo como escribes. Espero, con ansias, dos momentos; 1.- que me leas y 2.- que me des tu opinión sobre mis textos. Cuidate y nos estamos leyendo.

Saludos
F.-

Grecia dijo...

no tengo palabras... degusté y disfruté cada parte de tu escrito y lo hice completamente mío. Varios apartes me hicieron revivir muchos momentos, palabras perdidas... lágrimas, sucesos tan absurdos, un amor que era amor pero se cansó de serlo. Simplemente hermoso, gracias!
ahora eres parte de mis blogs favoritos. Un abrazo grande y gracias por tu reciente visita!!!

Besos Nocturnos dijo...

hola chiqui! pues imaginate que me atrapo tu escrito, por que hace unos dias me fui a un parque y me sente en una banca, y escuchaba una canción que era justo para el momento,el viento me acariciaba el rostro y los arboles bailaban mi cancion como para alegrarme el ritual que en ese momento al igual que el personaje de tu escrito,,,se despedia de esa persona, le hablaba y le decia cosas al aire pero invocando "su nombre", y aunque "el" no escucho de mi boca las palabras,juralo por ti y por mi que nuestros pensamientos tienen fuerza y la despedida se sintio en el corazon correspondiente. un besito

La ingeniero dijo...

super bueno... felicidades, me hiciste recordar esas cosas que suelen suceder.
saludos