En tu espalda
Te había visto despertar cuando aún el sol no había salido. Las estrellas todavía brillaban y los espectros aún recorrían la noche, y tú abrías tus ojos con alguna dificultad, como queriendo no hacerlo, dejándolos apenas entreabiertos para que tu retina se acostumbre a la oscuridad. Era la misma hora de siempre, nunca me fallabas.
Te observaba desde mi rincón, no quería hacer ningún ruido para no alarmarte. Te veías bien ahí acostada, tu pecho se movía al compás de tu respirar, deseaba seguir disfrutando de ese paisaje algún tiempo más, pero giraste. Quisiste taparte con las sábanas pero yo sabía que no podrías volver a dormir. Pudiste sentir ese terrible aroma a azufre que siempre inundaba tu habitación a esa hora. Me acerqué apenas unos centímetros a tu lecho y un escalofrío recorrió todo tu cuerpo, casi pude sentir tu piel erizada. Hoy sería el día, mi día.
Renegaste porque aún faltaban algunas horas para el amanecer y no podías volver a dormirte. Te sentaste en la cama, mirando al rincón oscuro en donde yo me escondía, pero no sabías lo que veías. Sentiste un frío recorrer toda tu espina dorsal, lo se, todos sienten lo mismo al mirarme.
Te pusiste de pie, y lentamente diste un paso hasta la puerta, yo te seguí, luego diste otro y luego otro más, yo estaba pegado a tu espalda, casi podía rozarte, pero todavía no era el momento. Tenías miedo, mucho miedo, sabías que algo anormal había en el aire. Sentías terror de abrir la puerta, y eso era entendible. La abriste con un brusco empujón, como queriendo espantar a alguien o a algo que esté acechando detrás de la puerta, y por sobre tu hombro pude ver aquel oscuro pasillo que llevaba a las otras habitaciones de tu casa. Debería ser abrumador recibir esa imagen a esa hora, con el terror carcomiéndote los huesos.
Respirabas agitada, sentías que te faltaba el aire y que un calor calcinante se apoderaba de tu pecho, sentías la sangre agolparse en tus sienes. Por un lado querías caminar más rápido, para alejarte de la oscuridad a la que le estabas dando la espalda; y por otro lado querías avanzar lenta y sigilosamente, para tratar de prevenir cualquier embestida de la oscuridad que tenías por delante. Llegaste a la primera puerta, la de los huéspedes, creíste oír un ruido adentro, temblaste, fue cuando tu pecho pareció arder en llamas. Estabas al borde del llanto, pero sabías que no serviría de nada llorar.
Escuchabas un sonido pero no sabías con seguridad de donde venía. Agudizaste el oído y distinguiste una risa de niño pequeño, tan inocente y perturbador como eso, tan ínfimo y espeluznante. Temías lo peor ¿Qué sería lo peor? La oscuridad te seguía y te daba la bienvenida a cada paso. Yo estaba muy ansioso por la llegada de mi momento.
Casi podía respirar tu terror. El frío fue aumentando y tú te estremeciste al notarlo. Llegaste a la puerta del baño, la risa infantil se escuchaba con más claridad allí. Recordaste que adentro estaba el espejo que tu madre había comprado, nunca te había gustado. Miraste a ambos lados antes de abrir la puerta, temías que al hacerlo alguna silueta oscura aparezca por el recodo del pasillo y se te abalance. Pero eso no sucedió, y yo me froté las manos a tus espaldas, mi momento estaba muy cerca.
Al abrir la puerta, la risa se detuvo instantáneamente. Entraste y yo te seguí, la oscuridad era total, pero tus ojos ya se habían acostumbrado a la del resto de la casa. Recorriste la pared con tu mano, buscando el interruptor de la luz, lo encontraste, pero claro, no encendió. Yo me había encargado de preparar todo el escenario para que tú actúes en mi pequeña obra. Te acercaste a la cortina de la bañera esquivando el espejo, no querías mirarlo por nada del mundo, pero sabías que tendrías que hacerlo en algún momento. Yo esperé. La blanca cortina hacía un ruido muy extraño al correrla, sabías que se te erizaría la piel al hacerlo, pero eso no te detuvo. Tus manos temblaban cada vez más, tu ondulado cabello negro acarició uno de tus hombros y te sobresaltaste pensando que era la caricia de un espectro. Verificaste que en la bañera no había nada. Casi dejo escapar una carcajada de felicidad al sentir tan cercano mi momento.
Te volteaste y un nuevo escalofrío recorrió tu cuerpo al saber que deberías ver aquel espejo. De a poco te fuiste asomando en su reflejo. Yo me preparé. Primero apareció tu ojo izquierdo, aquel que solías guiñar en complicidad con alguien. A esta altura el terror había envenenado cada gota de sangre de tu cuerpo. Todo tu rostro apareció en el espejo y te paralizaste inmediatamente. Detrás tuyo estaba yo, pudiste ver mi inexplicable rostro, y el tuyo palideció como una mortaja. El gesto de horror que se dibujó en tu semblante demostró a la perfección lo que sentías. Toqué tu hombro, tu fuerza te abandonó, quedaste asfixiada por el miedo, caíste al suelo y...
...Despertaste, sobresaltada, agitada y con un sudor frío pegado a toda tu tersa y morena piel. Había sido una horrible pesadilla... pero aún el sol no había salido y yo aún te observaba desde aquel rincón oscuro, tan real como la noche, como tu miedo, como el escalofrío que estabas a punto de sentir; tan real como mi momento, que llegaría tarde o temprano.